Calla ho
La semana que viene arranca la Newsletter. Lo de hoy es un anticipo.
Mañana viernes estaré de camino a Barakaldo, aquí tenemos fiesta tanto el viernes como el lunes y aprovecho para visitar a familia y amigos. Subiré (salgo de La Algaba, Sevilla) con mi hijo. Hoy dormiremos en Madrid y mañana haremos el tour del Santiago Bernabéu, mi hijo es un gran aficionado al fútbol, aunque practica rugby.
Me apetecía hoy presentarte un cuento con el que participé en un certamen literario que organizaba el instituto en el que trabajo (en Lepe, Huelva).
Calla ho
“No comas más gominolas que te vas a empachar”, escuchó decir a su hijo mientras ella cocinaba. Volvió a pensar, “otra vez hablando con ese trasgu”.
- Te tengo dicho que no hables solo.
-Calla ho, hablo con mi trasgu - le respondía Yago, enfatizando que le parecía increíble que su madre despreciase a su amigo.
Ella volvía a comentar lo ocurrido con el padre, mientras este se centraba en comprender un párrafo de una novela de Faulkner. “Cosas de chicos”, le respondía y volvía a la lectura.
En Navia los muchachos jugaban con la bicicleta, al hinque, la calle era su patria… Menos Yago. Él se recluía en casa y jugaba con el trasgu, que su madre negaba firmemente. Esta consultó a la psicóloga del colegio, sin sacar nada en claro solo un “ya se le pasará”.
En plena adolescencia Yago conoció a una muchacha que vino a su colegio en cuarto de la ESO, eran muy parecidos. La muchacha también tenía una trasgu como amiga. Ambos hablaban maravillas de su amistad forjada con el paso del tiempo, hasta que comenzaron a salir, a hablar más entre ellos y menos con sus trasgus.
La madre de Yago se alegró por el cambio de su hijo, sobre todo porque lo vio salir, socializarse, ya no hablaba en casa con nadie.
Yago y su compañera de clase iniciaron una relación cuyo punto álgido se concretó en la playa de Cambaredo donde él le pidió matrimonio, ambos habían terminado sus respectivas carreras universitarias y el hecho de que él hubiese estudiado en Salamanca y ella en Oviedo no los había separado. “Pensé que nunca me lo ibas a pedir” le dijo ella no sin cierto reproche.
Todo preparado en Navia para el banquete, la ceremonia austera, pero en el restaurante en el segundo plato muchos no paraban de repetir: “Toi fartucu como un gochu”. Estaban a tope, pero aún faltaba el postre. Con música de Strauss de fondo se acercó la tarta a la mesa presidencial. Yago sostenía un plato y la novia se preparaba a servir el primer cacho de tarta con una espada. Al hincarla… Zas… todos vieron que de entre el merengue aparecían dos trasgus que a la vez gritaron “¡vivan los novios!”
Yago miró a su madre y esta solo pudo soltar un “Calla ho” (¡Calla hombre!).