Érase una vez, no hace mucho tiempo, una niña jugueteaba en las inmediaciones del caserío de sus abuelos. A punto estaba de cumplir los dos años. Las tardes las pasaba en el césped que estaba junto al maizal, en lo alto del monte Oiz. Hacía poco tiempo que había llegado allí desde Durango, una monja le había llevado hasta allí.
Poco a poco se iba ajustando al nuevo ritmo de su vida, más tranquilo, por cierto.
De repente escuchó un ruido que le resultaba conocido, llamó a su abuela (amama para ella).
- Amama etoi txoiak. (Abuela ven pájaros)
Los aviones sobrevolaban el cielo como desnortizados pájaros que emigran en dirección contraria, con ánimo de adentrarse en alta mar .
Maialen durante toda la tarde no dejó de cantar, saltar y mirar hacia arriba, estaba siendo muy entretenida a pesar de que no jugaba con su abuelo (aitite para ella) Este había bajado a vender productos agrícolas al mercado de Gernika, como hacía todos los lunes.
-Bom, Bom, Bom. Beitu Amama - gritaba sonriendo.
Al caer la noche todo estaba en silencio, un silencio mucho más intenso que cualquier otro silencio que antes hubiese oído en su corta vida... La abuela (amama para ella) acostó a Maialen y está preguntó:
- Amama. Aitite?
- Aitite ez da inoiz etorriko (el abuelo no vendrá nunca más) - respondió la abuela mientras una lágrima se recostaba entre los plieges de la almohada.
Aquel diálogo se repitió ininterrumpidamente durante al menos un mes.
Dicen que los niños, en esta caso la niña, no recuerdan nada de lo que han vivido antes de los cuatro años.
Hoy Maialen en la residencia de ancianos en la que vive con su marido, cuando sus nietos vienen de visita y le preguntan: “Amama. Aitite?” Ella les responde “Aitite ez da inoiz etorriko”. A pesar de ello su marido aparece a los pocos minutos tras haber jugado la partida de mus con los amigos y se funde en un abrazo con sus nietos.
Que bonito, se me han caído un par de lágrimas (o 3 pares)