Casi sin darnos cuenta llegamos a junio.
Hace dos semanas cuando tenía que coger un avión para volver a Sevilla después de la presentación del libro en Barakaldo nos sobrevino un atasco. Salimos a las 8:30 am de casa de mis padres, con más de dos horas de anticipación. Salimos con tiempo suficiente. Enfilando el puente Rontegi, a los tres minutos de haber salido del garaje, vimos una larga cola de coches. Conducía mi hermano saharaui Nayib. Nos parecía del todo inexplicable, el atasco era impresionante y según se divisaba estaba localizado en dirección al aeropuerto. No paraba de mirar el reloj del salpicadero, los minutos iban cayendo. Empecé a creer que perdería el vuelo, tendría que bajar a mi casa en autobús. Nayib, en un momento dado, me dijo tómatelo sorbito a sorbito haciendo gala de su paciencia saharaui. No podía, los pensamientos derrotistas me llevaban a pensar que no cogería el vuelo. A las 10:15 am, casi dos horas después del atasco, el tráfico empezó a fluir. Llegué al aeropuerto de Loiu a las 10:25 am. Tenía el checking hecho, llevaba la tarjeta de embarque en el móvil. Me dirigí directamente al control de seguridad llevaba el cinturón, móvil y reloj en la mano prestos a ser colocados en la bandeja. Me colé con la excusa de que mi vuelo salía a las 10:45 am. Llegué a tiempo. Resoplé. ¡Por poco!
Le he dado vueltas a esa situación y los pensamientos que me rondaron en aquel tiempo de atasco. He pensado en el estoicismo, corriente filosófica que nace en la Grecia antigua y cuyos máximos exponentes son Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. El estoicismo encuentra respaldo empírico en la terapia cognitivo conductual que la adoptó para sobrellevar los sinsabores de la vida e incrementar el bienestar. La concepción básica reside en que el bien no está en los objetos externos sino en el dominio de uno mismo ¡Cuánto estoicismo hubiese necesitado yo de camino al aeropuerto! Nuestro bienestar no debe depender de lo que ocurre en el mundo, la mayor parte de las cuestiones que nos afectan no tienen que ver con lo que nos sucede si no con la manera en la que evaluamos aquello que nos sucede. Aquí la importancia de cómo pensamos lo que nos sucede. No es lo que pasa sino lo que nosotros nos explicamos a nosotros mismos acerca de lo que nos pasó, esto dicen los estoicos. No es el atasco, si no lo que yo me estaba diciendo sobre el atasco. Esa tormenta de ideas derrotistas mediante las cuales me veía cogiendo el bus en Bilbao, haciendo trasbordo en Madrid, vuelta a coger otro bus a Sevilla y teniendo que hacer un viaje de unas doce horas para llegar al día siguiente al trabajo, porque no iba a llegar al avión que me llevaba a mi destino en poco más de una hora.
Los estoicos recogían un aspecto fundamental: saber discernir entre los actos que dependen de nosotros y los que no, es decir, ante cada problema deberíamos preguntarnos ¿depende de mí resolverlo? Si no depende debemos concentrarnos en lo que sí. Para un estoico si nosotros nos enojamos es porque estamos otorgando un asentimiento interno a esa situación enojosa, estamos aceptándola como tal.
Si la adversidad tiene remedio de qué nos sirve la desesperación y si nada puede hacerse qué ganamos con la desesperación, así nos habla el budismo sobre lo que nos sucede. No hay que confundir ser estoico con resignarse, ni con el fatalismo que inevitablemente las cosas van a ir a peor. Más bien nos propone hacer un reencuadre sobre lo que nos sucede. Si yo me digo “Este atasco es terrible” podría reencuadrarlo pensando “Preferiría no tener esta situación, pero puedo manejarla. Sentir ira o angustia no me sirve”, una especie del sabio saharaui consejo de “tómatelo sorbito a sorbito”.
El atasco no estaba bajo mi control, no podía hacer nada para cambiar la situación. Sin duda hacer un reencuadre hubiese sido mucho más útil que la ansiedad que generé.
En parte este artículo complementa el de la semana pasada sobre Súper Paco y el autodiálogo positivo.
Si quieres saber cómo ser un estoico puedes acercarte al libro con ese mismo título Cómo ser un estoico de Massimo Pigliucci.
Buen principio de junio,
Gorka “repensativo” Fernández Mínguez
Yo también os recomiendo "El Viejo y El Mar" (Hemmingway), estoica historia como ninguna.