Elogia en público, corrige en privado
Tanto a mi hija como a mi hijo, así como con el alumnado con el que trabajo, procuro elogiar en público y corregir en privado.
Todos recordamos experiencias que tuvimos en nuestra infancia en la escuela. Personalmente recuerdo especialmente dos.
Estudié en el colegio Salesianos de Barakaldo y en séptimo de EGB teníamos un peculiar maestro de Matemáticas, era sacerdote y tenía algún problema que otro con el alcohol. Durante un examen para el que no llevaba muy preparada la materia copié al compañero de la siguiente fila, Juan Antonio Ferro. Recuerdo que miraba por encima de su hombro y veía perfectamente lo que estaba escribiendo, me afanaba en copiar. En un momento dado Juan Antonio se para, se queda pensativo y tacha la operación que había hecho. Hice lo mismo, taché y seguí copiando. Terminó el examen. El maestro ni se había dado cuenta. Pero... a la siguiente semana. El maestro (nótese que no estoy poniendo su nombre, que recuerdo perfectamente) dijo que iba a entregar el examen realizado con anterioridad, pero antes quería comentar algo. Se fue a la pizarra y copio el ejercicio del tachón, dijo "resulta que un alumno ha escrito una operación y la ha tachado", mirando a Juan Antonio. Copió los números y los tachó, continuó escribiendo la operación supuestamente correcta que mi compañero había escrito. Añadió "y resulta que otro alumno..." me miraba a mí "ha hecho lo mismo ha tachado y escrito la operación que por cierto está mal... Qué curioso que sea la misma conclusión errónea". Nos miraba y con mucha pomposidad empezó a dar un discurso sobre como ser tonto copiando, no dejaba de mirarme. Empecé a llorar. Lloré mucho. Después de aquella clase tocaba recreo y yo seguía llorando. Mis compañeros fueron saliendo, alguno se paraba. No tengo claro que el maestro viniese a consolarme, sinceramente no lo recuerdo. Para mí ha sido la situación más vergonzante que he pasado en mi vida de escolarización. Pasó el tiempo, tres años, y dio la casualidad de que el mismo maestro de Matemáticas me diese Latín (entiendo que al ser sacerdote y haber hecho Teología no solo le habilitaba para impartir materias relacionadas con "Ciencias" sino también otras de "Letras"). En segundo de BUP Latín era obligatorio y el ahora profesor (en primaria se le suele llamar maestros y en secundaria profesores) había empeorado su relación con el alcohol; llegó bastante tocado, olía una barbaridad a vino y no conseguía hilar bien los argumentos. Hubiese sido mi oportunidad para la venganza pero no hice nada, en realidad nadie hacía nada, todos sabíamos que aquel hombre tenía un problema con el alcohol, era algo aceptado. Me dio pena, seguramente la misma pena que le dio a ese maestro aquel chaval que lloraba desconsoladamente tras una corrección en público.
Ahí quedó la cosa.
En ese mismo segundo de BUP tuve por segundo curso consecutivo al profesor, laico, Jose Luis Fernández Santos (a este sí que le pongo nombre). En Semana Santa los lunes, martes y miércoles santos eran lectivos en Barakaldo, pero no en Andalucía. Quería ir a Écija a ver a mis abuelos y pedí permiso en el colegio para faltar esos días. Había un problema, tenía un examen de Matemáticas el martes santo. Le pedí a Santos, así le llamábamos, que me lo hiciese antes. No hubo ningún problema, pero puso la condición de que no debía decir nada sobre el contenido del examen a nadie porque iba a poner el mismo el martes en fecha oficial, me insistió mucho. Se lo prometí. Recuerdo que el examen era sobre inecuaciones. Hice el examen solo en el aula de dibujo. Fue bastante difícil, pero inexplicablemente estaba más concentrado que nunca. Pasaron las vacaciones de Semana Santa y tan pronto como Santos corrigió los exámenes se dispuso a entregarlos. Pero en aquella ocasión hizo algo inusual, fue diciendo las notas en voz alta.
Empezó por Abad, Gorka: suspendido,
así sucesivamente… todos fueron suspendiendo hasta
Blanco, Daniel que sacó un ocho o algo así. Daniel siempre sacaba las mejores notas. Hoy en día es traumatólogo en el Hospital de Cruces, si me rompo una pierna me gustaría ser curado por él.
Pasó a la ce, la de, la e... todos suspensos.
Empezó la efe, llegó a Fernández Mínguez, Gorka: 5,5
¡Había aprobado!
De momento solo Dani y yo habíamos aprobado, siguió...
Ferro, Juan Antonio: suspenso...
hasta el último compañero solo otro aprobó.
Tres de cuarenta habíamos aprobado y el elogio había sido público.
El orgullo me invadía.
Me sentí como nunca.
Aún recuerdo las felicitaciones de mis compañeros. Ha sido una de las mejores experiencias que he tenido en mi escolarización.
Aquellas dos vivencias me reafirman constantemente en la idea de que se debe elogiar en público y corregir en privado.
Buena semana, por aquí andamos de feria. Me tomaré un rebujito a tu salud ;)
Gorka “feriante” Fernández Mínguez
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PD1: En el blog complementaria esta semana libero el capítulo titulado Uso racional de las apps.
PD2: La semana pasada publicamos en Conversacines un episodio sobre la película futbolera The damned United.
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