Futbol, rugby y efecto pigmalión
El personaje Pigmalión pertenece a la mitología griega, fue un escultor que se enamoró de una estatua que había tallado, la cual acabó cobrando vida. Ese escultor da nombre al efecto Pigmalión, también llamado de Rosenthal, por el cual las expectativas que generamos sobre algo o alguien se acaban cumpliendo. En educación es muy evidente el hecho de que si una maestra ve capaz a un alumno de hacer algo, influirá y hará más probable que acabe siendo capaz de hacerlo, desgraciadamente también se cumple a la inversa. Tenemos que tener cuidado con el efecto desde un punto de vista negativo, pero conocer las virtudes que nos depara la vertiente positiva, es necesario creer en los demás.
Curiosamente con mi hijo tengo dos experiencias de este tipo y ambas constan por escrito. En mi novela Adiós a los treinta cuando el personaje se debate entre un trabajo u otro el director del centro que no quiere perderlo, a través de una metáfora deportiva, le hace ver que quizás escogiendo la opción más fácil se esté equivocando. Le pone el ejemplo de Genaro Gatusso que de joven jugaba a rugby y fútbol, con diecisiete años fue seleccionado en rugby. Tras recibir una fuerte entrada decidió dejar el rugby y dedicarse al mundo del fútbol, llegó a ser campeón del mundo con Italia en 2006. Mi hijo lleva cuatro temporadas jugando a rugby y la pasada lo compaginó con fútbol. Tiene más cualidades para el deporte oval, pero le apasiona el fútbol, raya la obsesión. Esta temporada definitivamente ha optado por el fútbol y está en el equipo de nuestro pueblo: el Atlético Algabeños. Aunque le guste el rugby, optó por el fútbol. Sin duda es terrible la presión mediática del deporte rey. Sale a jugar al barrio, en la playa no deja la pelota y ve continuamente vídeos sobre fútbol. Ve demasiado Youtube, tanto en la tele del salón como en su Nintendo. Candela, mi hija, devora libros. Todas las noches lee. A veces tenemos que obligarla a apagar la luz y dormir. Mikel no. ¿Y si generaba una estrategia para que se interese por los libros como la hermana?
Hubo un momento en el que me preocupé y pensé en el efecto Pigmalión con él de Gatusso, me pregunté ¿y si consigo que se interese por la lectura de la misma manera que el personaje Juan lo hace en Adiós a los treinta y lo saco un poco de las pantallas? Probé.
Te pongo en contexto y te cuento, por si no has leído la novela. Quién es Juan, uno de mis personajes más queridos de mi novela.
Juan es un menor que está en un centro semiabierto dependiente de Justicia Juvenil, es un menor infractor y en una fase inicial tiene prohibido salir del centro durante al menos 45 días. Max, personaje principal de Adiós a los treinta, es su educador y ante la disponibilidad de tiempo traza un plan. Leerle a Juan página a página el libro El corsario negro de Emilio Salgari, una especie de ejercicio de audiolibro interactivo. Durante dos semanas le lee por las tardes esta aventura de filibusteros. El menor poco a poco va enganchándose a la historia. Cuando termina la lectura quiere más, pero en esta ocasión Max le dice que tendrá que leerlo él mismo y le regala una adaptación juvenil de El conde de Montecristo. Max triunfa y estimula el deseo por leer.
¿Y si consigo lo mismo con Mikel? Puse en marcha el efecto Pigmalión, cogí mi ejemplar de El corsario negro y empecé a leerle a Mikel por la noche. El primer día a las dos hojas estaba como se dice por aquí estroncaito, dormido, ni se enteró cuando la silla youtuber que tiene en su cuarto crujía al levantarme. El segundo día la trama lo mantuvo despierto hasta que finalicé el segundo capítulo y le dije "mañana más". Algún día cuando se me "olvidaba" leerle, me exigía "Aita, leeme el Corsario Negro ¿no?". Durante el día me hablaba de Carmaux y Wan Stiller, compañero de aventuras del corsario protagonista, quería que llegase la noche.
Empleemos el efecto Pigmalión pero con fines positivos.
Buen fin de semana,
Gorka “rugbier” Fernández Mínguez