La apariencia nos engaña
El día 12 de enero de 2007 el diario Washington Post y Joshua Bell uno de los mejores violinistas del mundo decidieron hacer un experimento. Bell tocó, en el vestíbulo de la estación del metro de L’Elephant, en Washington, seis piezas magistrales de Bach y Schubert con su Stradivarius (valorado en 3,5 millones de dólares) durante 43 minutos: solo 27 personas pusieron algo en el sombrero, en total sumó un poco más de 30 $ y nadie se paró a escuchar. Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de EE UU, hizo una previsión de que el músico recaudaría unos 150 dólares y que hasta un centenar de personas echaría dinero en la funda del violín. Pero eso no fue lo que ocurrió.
Se inició el concierto con la Chacona de la Partita número 2 en Re menor de Johann Sebastian Bach. A los pocos minutos, un hombre se fijó en el músico. Fue su primer contacto con el público del metro. A los 43 minutos habían pasado ante él 1.070 personas. Sólo 27 le dieron dinero, la mayoría sin pararse. En total, ganó 32 dólares. No hubo corrillos y nadie le reconoció. El músico declaró: era una sensación extraña, la gente me estaba... ignorando.
De aquí la importancia del contexto. Joshua Bell es uno de los mejores violinistas del mundo. Tres días antes del experimento había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 euros la butaca. Aunque el estudio en sí pretendía comprobar si la gente está preparada para reconocer la belleza, podemos sacar otra lectura: la apariencia nos engaña. En el Boston Symphony Hall prestamos toda la atención del mundo al músico y en el metro sin tanto boato, aun pudiendo disfrutar gratuitamente de la misma música, ni siquiera nos paramos.
Bell reconoció con amargura los peores momentos: cuando acababa una pieza y nadie aplaudía. Sólo una persona se detuvo seis minutos a escucharle. El treintañero John David Mortensen, quien declaró que la única música clásica que conoce son los clásicos del rock. Fuera lo que fuera lo que estaba tocando el músico, comenta Mortensen, me hacía sentir en paz.
Ahora responde: ¿Cuál es el plato que preferirías comer?
Un Ramen castizo en tres actos o un cocido madrileño.
Un medallón de papa horneada con emulsión de aceite, ajos y cítricos, o simplemente patatas con alioli.
Ummm qué rico el semicuajo campero con secreto de cebolla y patata cuajada, de toda la vida Tortilla de patata.
Los sentidos nos engañan y el contexto condiciona nuestro disfrute ¿O no?
A veces no disfrutamos de las pequeñas cosas que vemos, por ejemplo, en el metro.
Como dice Victor Küppers “vamos por la vida como pollos sin cabeza”, hay que reivindicar la pausa, incluso relativizar el contexto en el que se nos dan las cosas. La belleza está presente en nuestro día a día, solo tenemos que pararnos y observar.
Buen fin de semana,
Gorka “violinista” Fernández Mínguez