La humildad en un tablero de ajedrez
Mi madre me enseñó a jugar al ajedrez, a ella su hermano Esteban. Mi tío Esteban, a parte de ser una bellísima persona, infatigable trabajador y ejemplo para la familia, es el responsable indirecto de una afición que ha atravesado mi vida, el ajedrez. Recuerdo aquel día en casa de mi tío cuando jugué contra él. Jugaba con quien había enseñado a mi maestra, estaba nervioso y tenía poca esperanza de ganar. Tendría como diez años, la partida se desarrollaba en el salón de su casa sobre un tresillo. Duró bastante, le gané. No me lo podía creer, mi tío me dio la mano y me dijo que le alegraba ver lo bien que jugaba. Qué importantes son los halagos en la infancia.
Por aquel entonces jugábamos campeonatos en el colegio, mi primera medalla fue una tercera posición. Antes no se daban tantas medallas como ahora, mi hija e hijo tienen multitud de medallas solo por el simple hecho de haber participado en un campeonato. Antes costaba conseguir una. Aquella medalla de bronce se la di a Pablo, el marido de una mujer que nos había cuidado de pequeños ¿Dónde estará? La medalla, porque Pablo tengo claro dónde está.
Llegué a la Universidad y en navidades del curso 1995/96 desde el Consejo de Estudiantes de Psicología organizamos un torneo de ajedrez. Otra vez quedé tercero y conseguí como premio un tablero plegable de madera que aún guardo con cariño y con el que he enseñado a jugar a mi hija e hijo. No tengo claro si Juan Ochoa, compañero de Facultad, jugó aquel campeonato, si lo hizo lo eliminaron en las primeras partidas. Juan es un donostiarra que ahora vive en Barcelona. Yo vivía de alquiler en un piso de estudiantes en la parte vieja de San Sebastián. Juan solía venir a echar el rato. Una tarde cogimos el tablero de ajedrez, el que me dieron con el premio, nos pusimos a jugar. Pensé que era pan comido. Estuvimos toda la tarde. De hecho una compañera de piso salió al cine a las cinco, nos dejó jugando, volvió a las nueve y ahí seguíamos enfrascados con el ajedrez. Estaba crecidito, mi halo de campeón me acompañaba. Juan me ganó todas las partidas, serían seis. Fue una lección. En todas las esferas de la vida la humildad debe ser un valor importante.
He estado años sin jugar una partida de ajedrez, pero desde que leí Una novela de ajedrez de Stefan Zweig ha vuelto a interesarme. Ni siquiera haber visto la serie Gambito de Dama me empujó a reactivar mi cuenta en chess.com que abrí en 2012. Entrevisté en junio a Jose David Aguilera miembro del Club de Ajedrez Torre de los Guzmanes y me he acercado al Club de mi pueblo. Se reúnen los martes y jueves para entrenar. De vez en cuando voy, no sé en qué derivará pero me gusta la idea de socializar en torno al ajedrez. Obviamente no estoy para federarme ni competir, pero por qué no formar parte de un club, de algo que siempre me ha gustado como es el ajedrez.
Este milenario juego de mesa te ayuda a pensar, tiene múltiples beneficios como comenta Leontxo García en su charla titulada “El ajedrez es el mejor gimnasio para la mente” en Aprendemos juntos. Este periodista experto en ajedrez comenta la utilidad de este juego en Educación. El portal Educación 3.0 apunta varios beneficios de la práctica del ajedrez: se demostró que los jugadores de ajedrez, a la hora de jugar una partida, ponen en funcionamiento ambos hemisferios del cerebro: se utiliza el izquierdo para identificar las piezas y el derecho para reconocer patrones o jugadas. Estos resultados fueron sorprendentes, ya que se pensaba que el papel protagonista lo tendría el izquierdo. Esto supone que no sólo fomenta el aprendizaje racional, sino que también estimula el desarrollo creativo.
Leontxo dice que el ajedrez es bueno para personas hiperactivas y que incluso con alumnado del espectro autista posibilita una interacción con otros. Doy por válidas estas aseveraciones porque cuando juego un partida se para el mundo, me centro y concentro en el tablero, nada más existe. Además tengo que controlar impulsos, poner a raya la ira cuando me hacen una buena jugada o la excitación cuando veo que voy a dar jaque. Todo eso y trabajar la humildad. Me gustaría ver la vida con la humildad de mi tío Esteban, el maestro de mi maestra, en aquella partida que perdió contra su sobrino de diez años y no con la arrogancia previa con la que me encontré aquella tarde de ajedrez en una de las ciudades más bellas del mundo donde perdí seis partidas seguidas contra mi amigo Juan. Ahora que me he acercado a un club de ajedrez, donde todos tienen más nivel que yo, tendré que prepararme para perder. Como dice la Gran Maestra de ajedrez Judit Polgar perder es parte de la victoria.
Lecciones de la vida, lecciones de ajedrez.
Buen fin de semana,
Gorka “Capablanca” Fernández Mínguez