La soledad del técnico de urgencias
Cuando Koldo se desplomó en el portal, Jerónimo seguía tragando humo; peleando con las cadenas y candado que alguien había colocado impidiendo el acceso a la parte superior del edificio. Con una llave combinada del número quince que llevaba en su cinturón hizo palanca y consiguió romper la cadena, abrió la escotilla y tosiendo salió a una azotea que recibió el humo acumulado. El pueblo ya sabía que algo se estaba quemando, quizá porque el pueblo contaba con una masa de población cercana a los quince mil habitantes, tradiciones como la del repique de campanas a fuego no se habían perdido. El humo era tan denso y salía con tanto ímpetu a través de la escotilla que se veía perfectamente. Jerónimo respiró con ansiedad, llenó sus pulmones de aire limpio y sonrió por haber vencido tanto a la cadena como a la imprudencia de algún vecino o grupo de vecinos que cerraron aquel acceso. Se acercó al pretil que daba al ala del ventanal, vio a los bomberos que seguían peleando contra el fuego, se trasladó a la parte opuesta mientras el humo, que salía violentamente, ennegrecía el azulado cielo algabeño. Al asomarse vio como los sanitarios atendían a Koldo en el suelo, cerca estaba la camilla, la ambulancia esperaba en la rotonda a unos treinta metros del portal. Pobre chaval, pensó.
La ambulancia, una UVI móvil: un técnico de emergencias, un enfermero y una médica componían el equipo de urgencia. Rápidamente se acercaron a Koldo que yacía en el suelo frente al portal. El enfermero miró con preocupación a la médica que movía la cabeza intentando negar lo que tenía ante sí. Águeda, esta vez sí, con su hija en brazos rompió a llorar. La médica, Vanesa González, comprobó que Koldo tenía quemada hasta la cara y parecía estar inconsciente. Probablemente hubiese quemaduras internas, deseaban que los pulmones aguantasen. Cubrieron de apósitos su rostro con el fin de hidratar las heridas evitando la hipotermia, continuaron con el resto del cuerpo. También se pretendía reducir el dolor en el caso de que estuviera consciente, no lo parecía. Lo entubaron inmediatamente con oxígeno de alto flujo, cuando comprobaron por tercera vez que no respondía. La médico no recordaba haberse enfrentado a un caso tan crítico. Pobre chaval pensó, prácticamente a la par que el operario del ayuntamiento que observaba desde la azotea. No había tiempo para lamentaciones, colocaron a Koldo en la camilla y lo metieron en la ambulancia. Alfredo, el técnico de emergencias, echó una mirada hacia el habitáculo medicalizado y comprobó que todo estaba en orden, el enfermero comprobando los apósitos, la médica las constantes vitales y en el centro de la escena un cuerpo que no se movía. La carne quemada desprendía cierto olor a pollería. Pobre chaval, pensó.
Esto que acabas de leer forma parte de un proyecto de libro que aún está por concluir, se basa en el testimonio de Fran Liaño y en más aspectos. Te recomiendo la entrevista que le hice y he enlazado en su nombre, porque fue una de las más emocionantes que he hecho (y una de las más visualizadas, por cierto). La semana pasada publicamos la última de las conversaciones en el programa de televisión que presento, tuve el placer de charlar con Alfredo García Tabares en el que se inspira el personaje de la novela conductor de ambulancia. Una de las cuestiones interesantes que aprendí es que su trabajo suele ser mayoritariamente en solitario, me parecía un trabajo duro pero después de saber que él solo asiste y atiende a las personas que necesitan una urgencia me parecía casi imposible. Su soledad me resultó interesante, tiene que trabajar largas horas solo él, imagino que a nivel mental será importante lanzarse mensajes positivos, se me pasó preguntarle por este aspecto. Sigo trabajando mi soledad, me está costando. Pero a base de enfrentarme a ella acabaremos entendiéndonos, vuelvo a sacar la canción de Jorge Drexler titulada Soledad: “Soledad estas son mis credenciales, vengo llamando a tu puerta desde hace un tiempo. Creo que pasaremos juntos temporales…” Llegaré a buen puerto, a pesar de los temporales.
Buen fin de semana,
Gorka “soleano” Fernández Mínguez