Miguel Hernández y los momentos sublimes
Cuando trabajas con personas en proceso de crecimiento hay momentos que se te clavan a sangre y fuego en la memoria.
La semana pasada hablaba con una alumna con ideación suicida que tenía problemas de relación con otros compañeros, primero le conté la fábula del tigre y el burro. Me sorprendió que cerrase los ojos para escucharlo. Hablamos sobre el sentido de la vida. En varias ocasiones me dijo: “Uff maestro, qué profundo es todo esto ¿no?”. No nos pudo la presión ni a ella, ni a mí. Seguimos. Le puse la escena de la película El Club de los poetas muertos sobre el Carpe Diem en la que el profesor Keating le habla a sus alumnos sobre la necesidad de vivir el momento:
Lo crean o no todos los que estamos en esta sala un día dejaremos de respirar, nos enfriaremos y moriremos… Aprovechad el momento chicos, haced que vuestra vida sea extraordinaria…
La muchacha, cuando terminó la sesión, me dijo que el curso que viene se cambiaría de Instituto y que le gustaría encontrar allí a otro orientador como yo. Sé que no lo dice por la conversación del Carpe Diem, sé que lo piensa tras las diversas conversaciones que hemos tenido durante este curso. Por la relación que hemos creado.
Pocas veces en mi vida profesional me he encontrado con momentos sublimes, este que he comentado se acerca mucho. Momento sublime lo llamo yo, a ese instante en el que percibes que tu educando no sólo te está atendiendo, sino que además está aprehendiendo (con hache intercalada).
El primero de esos momentos lo tuve en un «centro de acogida de urgencia» en Hernani, provincia de Gipuzkoa. Estamos hablando de algo que sucedió en el milenio pasado, 1999.
Una muchacha de unos 12 años llevaba todo el día alterada, rompiendo platos, insultándonos (a los educadores), metiéndose con sus compañeras, era un día tenso; todas las dinámicas de contención fracasaron… Y… a mí (novato por aquel entonces) me tocaba darle “apoyo escolar” ¡Me quería morir! Sobre todo porque me habían puesto delante el libro de lengua y literatura que yo utilicé años antes en 2º de BUP y me dijeron: ahí la tienes. Pensé: ¿Cómo voy a dar yo apoyo escolar a una jenízara de 12 años, como ésta, con un libro de bachilletaro?
La muchacha estaba incomprensiblemente más tranquila, mire por encima el libro, el estrés se disipaba y… de repente me encontré con Miguel Hernández, leímos su biografía. Recuerdo perfectamente que la referencia al poeta estaba en uno de los márgenes de una hoja. A la muchacha le impactó sobremanera, que un campesino aprendiese a leer por su cuenta, que llegase a ser una persona de provecho desde abajo, desde lo más hondo.
La biografía del poeta iluminó de tal forma los ojos de aquella muchacha que hoy en día me sigo preguntando: ¿Qué será de esas pupilas? ¿Qué estarán viendo en estos momentos? Ese tipo de preguntas suelen asaltarme de vez en cuando ¿Qué será de Fulanito? ¿Y de Setanita?
Si has leído mi libro Adiós a los 30 (no intentes comprarlo está agotado), reconocerás que este tipo de experiencias me inspiraron para escribir la relación de Max con Juan, aquel muchacho recluido en el centro de menores al cual le cambio la vida la lectura de El Corsario Negro.
Hay una fábula fantástica que habla de todo esto, te llevará un rato leerla porque es un poco larga pero es una fantástica metáfora de lo que es la educación con adolescentes a los que a veces cuesta llegar.
Dejadme que lleve la contraria a Imanol cuando cantaba:
Es mayo,
Santurce sufre que sufre,
ha muerto ya Barakaldo.
Mayo de flores sin flores,
mayo cornudo, castrado.
Alerta la Sotera,
Santurce va agonizando.
Para qué coño sin vida
queremos un mes de mayo.
Barakaldo nunca muere y mayo es uno de los meses más espléndidos del año, por no decir el que más.
Buen mes de mayo.
Gorka “Sr. Keating” Fernández Mínguez
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PD: El próximo 18 de mayo es mi cumpleaños, cumpliré 48 y me gustaría que “me hicieses un regalo”. Pincha aquí y sabrás cómo.
PD2: Este pasado lunes escribí sobre autismo en mi blog, te recuerdo que estoy liberando los capítulos de mi primer libro Aprende y disfruta.
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