No dar la espalda a la naturaleza
Hace unos domingos quedé con una buena amiga para tomar algo y de repente me dijo “¿y si vamos a la Dehesa de La Puebla?”. La pereza llamó a mi puerta y comenté que mejor volvía a casa, insistió y me dejé llevar. Nos adentramos en las marismas del Guadalquivir, llegamos a la Puebla del Río y seguimos las indicaciones para la Dehesa de Abajo. Dejamos el coche y empezamos a andar por ese paraje que culminaba con un lago en el que había aves, llegamos hasta un observatorio y contemplamos la naturaleza. Me llamó mi hija y con el sonido del móvil rompió un poco el encanto pero mientras hablaba con ella un ratoncillo asomaba por su madriguera, salía olfateaba y entraba. De vuelta al observatorio contemplé un grupo de flamencos, aquello era paz. El cuerpo se contagió de la serenidad y la experiencia fue plena. Recordé esos momentos de conexión en el desierto del Sáhara, esa vía láctea en Sierra Nevada o los ibones de Pirineos. Comprendí que llevo tiempo desconectado de la naturaleza, que no paso momentos de calidad entre árboles o subiendo montañas. En esa carencia resalto la necesidad de no dar la espalda a la naturaleza, en ella podemos encontrar las claves para nuestro desarrollo personal. No hace falta convertirse en un Thoreau dejarlo todo e irse al bosque dos años. No, sirve tan solo con un simple paseo por una dehesa en las inmediaciones del Guadalquivir, tras darle una patada a la pereza.
Buen puente,
Gorka “modo zen” Fernández Mínguez